
Estaba sentado en la terraza de mi café preferido, bebiendo una copa de vino blanco frío, mirando el repetitivo movimiento de las olas.
Los demás del grupo hablaban sobre las cotidianidades de la semana y sobre el principio de la temporada de trabajo.
Sonaba una dulce balada cantada por una de las voces femeninas que me encandilan.
Ella venia del agua, radiante, con ese ritmo tan especial que tiene al caminar (si la conociera George Harrison le habría dedicado "Something") sonriendo al grupo al llegar a nuestra altura. "¿Habéis pedido también para mi?" preguntó mientras buscaba su toalla.
Al pasar por detrás mía rozó con su mano mi nuca, despeinándome un poco.
Fue una comida agradable y exquisita de final de verano.
Por la noche, ya en casa, solo recordaba ese glorioso roce, ese decirme sin palabras, esa personalizacion entre un grupo.